jueves, 5 de diciembre de 1996

EL matrimonio




                                    "Gramenet del beSòs"        
Publicación nº 26 - Diciembre de 1996.
Del Ateneo Libertario

EL MATRIMONIO 
TEMAS SEXUALES DE A. MARTIN DE LUCERNAY

El matrimonio ha sido siempre, hasta la fecha, el aspecto da la sexualidad que ha movido más opiniones, controversias, leyes, y hechos de toda índole, con la particularidad de que el desacuerdo sigue y la cuestión no perderá jamás un ápice de actualidad.

Evidentemente, si hemos de creer a los antropólogos e historiadores, en los que no debe de haber ningún inconveniente grave, las primitivas formas de la unión sexual no estuvieron supeditadas a sanciones morales ni legales de ningún género, y si sólo sometidas a las acciones naturales del instinto, exactamente igual que hoy lo observamos en nuestro antecesor, el mono.

Los hombres de los primeros días de la Humanidad abundaban en el ejercicio de todos los aspectos que estaban del lado práctico de la vida, y no conocían artificios ni normas que fuesen extrañas al ejercicio de los derechos que no tenemos más remedio que estimar como naturales. 
No había más forma de matrimonio que la selección natural, con la intervención, también natural, del derecho del más fuerte; un hombre y una mujer se gustaban, y se unían sexualmente, pero si llegaba un tercero más fuerte que, a la vez, agradaba a la mujer, el más débil estaba en el deber de abandonar el campo, o en otro caso, disponerse a defender lo que él estimase como sus primitivos derechos, si es que la hembra permanecía en una actitud de sincera imparcialidad ante el cariz de la contienda.

Todo esto es una hipótesis perfectamente verosímil y sea como fuere, el matrimonio está formado, según desde el punto de vista que se le mire, de un conglomerado de tradiciones supersticiosas, religiosas, sociales y legales que hemos heredado, pero que modernamente resultan algo así como un pesado fardo que el progreso de la cultura reforma y trasforma, ya que la carga no es nada liviana para soportarla y hacerla compatible con la agilidad de movimientos que actualmente exige la vida. 

La educación, que es la máscara de los instintos, ya sabemos que no siempre marcha de acuerdo con las inclinaciones lógicas y naturales, así tenemos que el hombre, que se esfuerza en vivir feliz en virtud de un derecho legítimo que hasta los demás hombres le garantizan, no bien contrae matrimonio, sino que opta por buscarse una querida o un “lio”, que como su nombre indica, no es más que una nueva complicación que añadir a su existencia que considera equivocada, o como tal debe considerarla, desde el momento en que a sabiendas de que no es capaz de entender a una sola mujer, comete la soberana estupidez de liarse con otra. Esto lo hace el hombre, unas veces porque, realmente, es polígamo, y otra porque, simplemente, es imbécil.

No cabe duda que el número de polígamos “de hecho” es infinitamente inferior al de los imbéciles por derecho propio... No obstante, pese a todas las reformas que se han introducido en el sistema conyugal, la tendencia del hombre sigue siendo la poligamia, aunque prácticamente no haya posibilidad de llevarla a cabo. 
Si la Iglesia católica hubo de resignarse ante los dictados de la Biblia, fuente primitiva de su orientación, absteniéndose de combatir la práctica del matrimonio polígamo, las reformas religiosas destruyeron el principio bíblico y bien pronto se desplomó sobre la letra de los libros santos el anatema humano contra el pecado divino de aquellas inspiraciones...

El protestantismo fue la primera secta en oponerse al feudalismo católico, y de paso que condenaba la poligamia, instituía el divorcio, fórmula que, sobre poco más o menos, no dejaba de hacer un mito de la monogamia, ya que por unas causas u otras, era posible cambiar de cónyuge mediante determinadas compensaciones económicas. ¡ Y ya tenemos a la economía como factor imprescindible del equilibrio sexual ¡...

En efecto, el protestantismo sobre todo, con sus tendencias prácticas, tenia que ver en la poligamia un sistema antieconómico que se oponía a la prosperidad del concepto individualista en sus aspectos utilitarios, tendentes siempre al auge y al afianzamiento de la propiedad privada, parte de la doctrina puritana que casi atribuía el olor de la santidad a los que se esforzaban en hacer dinero para lograr. “La bendición de Dios”. Pero esto, huelga decirlo, no podía ser más artificioso, puesto que el instinto poligámico del hombre, no podía ser suprimido en atención a las consideraciones económicas, completamente ajenas al eje esencial de la cuestión. 



Para robustecer estas teorías, se concedió al matrimonio un carácter, no sólo sagrado, sino que casi divino también. Y este fue un golpe de muerte asestado en la misma entraña de la institución. Se tiende, pues, a destruir la poligamia, “oficialmente” por decirlo así; prácticamente, la monogamia en el hombre, ni existe ahora ni ha existido nunca, puesto que “monogamia” quiere decir, según su etimología griega, monos, solo, y gamos, matrimonio, “la unión legítima de un ser con un solo ser de sexo contrario”. Partidarios de las doctrinas de KANT, definieron seriamente al matrimonio diciendo que no es más que la unión vitalicia de dos personas de sexo opuesto con la mutua posesión de sus cualidades sexuales. Pero ni aún esto, tan simple, suele ser real; porque si la unión es vitalicia, la mutua posesión no lo es jamás en una gran parte de los casos. NIETZSCHEK, más lacónico, dijo que era “una gran estupidez”. TALLEYRAND, mucho más crudo, le atribuyó un sentido fisiológico, escueto, que, desgraciadamente, suele ser así: “El matrimonio -dijo- es una combinación de dos malos humores durante el día, y de dos malos olores durante la noche.” Sencillamente brutal. ¿No es cierto?. Y, a pesar de todo, es muy fácil que no le falte razón. ¿Hemos de admitir el amor, exclusivamente el amor, como base de ese contrato obligatorio que hace públicamente al matrimonio?... Si, vamos a admitirlo sin reservas de ningún género, porque cuando más fuerte sea el amor, si a éste no se unen otras cualidades, mayores probabilidades existirán para que la unión resulte más desgraciada. 

Una base de consistencia del vínculo, ya sea efectuado por libre voluntad y sin sanción civil ni eclesiástica o bien esté rodeado de todas estas garantías, está en la parte erótica en que los cónyuges hayan sabido erotizar su unión, mirando, antes que a los perjuicios, a sus legítimas conveniencias cuya satisfacción, normalmente, es fuente de positivas venturas. 
Los matrimonios de este tipo, son por lo general siempre felices.

Extraído del libro: El Matrimonio de A. Martín de Lucernay
Publicado por M. Valero,  05 diciembre de 1996

Reescrito en el blog junio 2013.

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